jueves, 8 de mayo de 2014

Indeterminación

Acabo de terminar True Detective.
Creo que me ha encantado.
Creo que me ha parecido la hostia, joder.
Creo que me apetece continuar con mis relatos cortos de terror lovecraftiano.
Me hace mucha gracia mi inconstancia. Soy la persona más voluble que conozco. Mis motivaciones giran en torno a lo que me haya sucedido en el día. Puede que mañana vea un vídeo de Lou, y de pronto me ponga a trabajar en un vlog. Puede que vea un capítulo de HIMYM, y continúe con el guión de la sitcom que pretendo grabar este verano. La novela, el largo, los cortos... Muchas cosas, muchos ''proyectos'', como os gusta llamarlo a los hipsters que os las dais de interesantes, y muy poca determinación. Muy poca constancia.
El relato corto que estoy escribiendo esta noche es uno del que os hablé hace algún tiempo. El de la funcionaria que empezaba a ver el mal en el rostro de las personas. Empieza así:

''Monotonía. Esa era la palabra que definía su vida. Claro está que un solo sustantivo no da tanto de sí. Abarcar un complejo proceso de cincuenta y dos años de duración —y en aumento― en cinco sílabas, es intentar abarcar mucho. Añadamos amargura, soledad y fracaso; cuatro palabras podrían ser suficientes.  Pero de todos es sabido que, a la hora de enumerar, cinco es un número mucho más adecuado. Más redondo. Monotonía, amargura, soledad, fracaso y desprecio. Ahora sí.
Despreciaba todo cuanto la rodeaba. Despreciaba su trabajo tras la ventanilla 08. Despreciaba a esos que poco a poco iban tomando su barrio, los negros. Despreciaba el trato con sus compasivas hermanas. Por supuesto, a los hombres, a todos los hombres, por no haberla querido en ningún momento de esos cincuenta y dos años. Se despreciaba a sí misma por haber creído que sí lo hacían…, por haber creído tantas otras cosas que jamás fueron ciertas. Pobre e idiota ilusa. Pero por encima de todo, Marta despreciaba su hogar. Un piso de cincuenta metros cuadrados. Un piso silencioso. Un piso con una enorme televisión siempre encendida, encargada de mitigar la inmitigable sensación de soledad…, de monotonía, amargura y despreciable fracaso.

Desde que llegaba, todos los días a las tres menos cuarto, hasta que salía a la mañana siguiente, su capacidad de depresión se convertía en un don. Esa casa, cuya hipoteca acabó de solucionar cinco años atrás, era su posesión más valiosa, su máximo logro. Y eso era algo horrible. De niña soñaba con ser escritora, publicar docenas de bestsellers, tener tres hijos, un apuesto y cariñoso marido con mucho sentido del humor y una enorme casa estilo Italianate a las afueras de… Londres o París, daba igual. Pero nunca se acaba como de niño se sueña, y ella tenía que conformarse con un tercero sin ascensor en un barrio céntrico de Madrid, tres gatas preciosas y unos colindantes vecinos con una vida sexual bastante activa. 
Esa noche sus gatas estaban inquietas. Y sus vecinos también.
... ''
(Ahora es cuando se pone interesante, pero eso os lo omito :D)
A ver cuánto me dura la vena de los relatos.

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