domingo, 29 de septiembre de 2013

I'm so sexy, so so sexy

Esta mañana he ido al rastro en pos de comprar un poncho, el más hippie y largo que hubiese, y he vuelto a casa con las manos vacías. Los gitanos me han decepcionado. Mucho. Pensaba que tenían todo lo que un ser humano pudiese necesitar, y me equivocaba. Todos los ponchos eran o supermegafemeninos o muy cortos. Me parece fatal, los hombres también tenemos derecho a llevar de eso. Menuda sociedad de gitanos feministas. Como las faldas. Pienso adquirir y vestir kilts escoceses, de esos de sin ropa interior, sí. ¿Creéis que es coña? Pues no, no lo es. No lo es. No. Vale, sí. Sí que lo era. Os advertí, hará un par de posts, que no os fiaseis de nada de lo que yo diga. Recordadlo. Pero si os dije eso, entonces no os fiéis de que no tenéis que fiaros. ¿Qué lío, no? El caso es que eso, que me quería comprar un poncho y no pude. Y los que me conozcáis sabréis que no me pega una mierda llevar esas vainas de perroflauta, pero es que es de mi agrado experimentar. Empecé asegurándome de que el fríkistyle me sienta como un tiro, hará ya unos años. Después vi que la elegancia invernal me da una solemnidad jocosa, y finalmente comprobé que el grunge-surfero veraniego me hace estar buenísimo. Que sí, que sí, BUENÍSIMO. Vale, quizá es un poco de amor propio exacerbado, pero qué quieres que te diga, yo me daba. He descubierto hoy una zona adyacente al rastro que eran todo tiendas de antigüedades y de restauración de arte, muy bucólico el sitio, con escaleras, esculturas y toldos a juego, a lo más italiano, y, en todas partes, espejos. Muchos espejos en cada tienda. Y yo pasaba por delante y decía «VAYA PAVO», y el pavo del espejo decía «VAYA PAVO», y eso acababa siendo un círculo vicioso de ego preocupante. Debo de resultar realmente exasperante para todos mis allegados. No me habéis visto en el Fnac de Callao, subiendo y bajando en las escaleras mecánicas solo por el placer de los espejos, o en cualquier tienda de ropa, gozando de las propiedades reflectivas de las superficies lisas y pulidas de todas las columnas. Mis amigos ya me dicen nada más verme cosas del tipo, «estás muy guapo, Gorje, ¿va? Muy guapo», intentando evitar que me pierda en el reflejo de los escaparates. Me han regalado un espejo de bolsillo, ¿qué más hay que decir? Y es que, si no me quiero yo ¿quién me va a querer? Tú, ya lo sé, ya lo sé. No temas. Pero vaya, que me fío más de mi fidelidad que de la tuya. No te lo tomes a mal, es que me llevo conociendo casi veinte años, tú acabas de llegar como quien dice. Y antes de comprar un nuevo abrigo largo y oscuro de solapas y muchos botones para preparar el retorno de esa etapa del año en que visto con jerseises varios y prendas similares que potencian mi belleza innata en un ambiente completamente propicio para el amor, le hiver,  pues quería experimentar con el jipismo de los ponchos. Y no ha podido ser. Yo tenía ilusión de testear mi esencia dentro de esa rama de la decadencia existencial que es ser un flutedog, pero todavía no podré. Y lloro. De todos modos, tampoco me cabreo en demasía, ya que antes voy a probar esto:

Me van a pegar por la calle, sí, pero petarlo lo peta mazo. Aún he de dejar crecer un poco la barba para las trencitas, pero los ojos pintados y el pañuelo ya son un hecho. Es cierto ¿eh? No es coña. No lo es. No. Sí, vale. Sí. Era coña, era coña. Pretendo conservar la poca dignidad que me queda tras revisar Tuenti, no sufráis. Gegege, qué pillo soy, ¿que no? Y qué guapo, también. :). Y como sospecho que ya he dicho suficientes veces que soy el paradigma de la belleza, y ya resulto repetitivo y empalagoso conmigo mismo ante vuestros ojos, pues voy a ir poniendo el... el pito. You know, el cierre del post. Cada vez está más cerca. Y más cerca. Pronto dejaré de escribir. Pronto dejaré de... de...
PITO.

Espero que hayáis sabido apreciar el tono humorístico y exagerado, pese a verídico, de mis palabras en esta entrada.

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